Nunca había reparado especialmente en esta vía de agua
zaragocí. Constituía, como para tantos otros de mis paisanos, el límite con
tintes fronterizos de la ciudad paseable. Lo más lejano que podía visitarse a
pie era el santuario de san Antonio de Padua, donde se yergue la neorrománica “torre
de los italianos”, donde atan las rosquillas con juncos el trece de junio,
donde algunas mozas siguen rogando para que el santo haga el oficio de un Cupido
cualquiera.
Canal Imperial desde el puente de San Juan de Dios |
Al otro lado un barrio cuasi periférico, incluso conocíamos
a alguien que fue a recalar por allí, “tan lejos”, al barrio del Cementerio, de
la Cárcel y del antiguo campo de fútbol. Pasábamos fugaz y ocasionalmente, de
año en año, para cumplimentar el reposo de los yayos. Nos resultaba gracioso
que el tranvía número 5 llevara el rimbombante destino, no exento de
ingenuidad, de “Venecia”, consecuencia de estar junto a un canal.
Por lo demás, todo contacto se limitaba al conocimiento que
teníamos los bachilleres goyescos de la existencia de “mejillones” atrapados
entre sus lodos.
Todo cambió el día (y la noche) que tuve que cuidar de una
hernia –a su portador, se entiende–. El destino quiso que la intervención fuera
en la clínica san Juan de Dios, paseo Colón. Allí estaba yo despidiendo al día,
asomado en el torreón cilíndrico –el del chapitel blanquiazul, homenaje marinero
o zaragocista, quién sabe–. En ese preciso momento, fue el flechazo.
Miraba tranquilamente el panorama, y a pesar de la circulación existente –este paseo en aquellos días era de doble sentido, sin carril bici y sin Z-30 por la que aliviar el trasiego– me quedé profundamente abstraído, impactado. Las mansas aguas del Canal fluían sin prisa hacia el puente de América, los últimos rayos de luz se colaban desde mi vera por las hojas palmeadas de los imponentes plataneros, que perfectamente
torreón de la clínica San Juan de Dios |
alineados en dos filas, con el
devenir de los años, habían construido una bóveda vegetal sobre la calzada. ¡Y
el aroma! Una leve brisa llenaba mis pulmones de aire que se me asemejaba el
más impoluto del mundo, un olor con recuerdo a arboleda ribereña... Y para
concluir el cuadro, de fondo, la banda sonora a cargo de gorrioncillos y otros
artistas invitados.
Salí momentáneamente de este embrujo para ver si mi querido
enfermo había vuelto en sí de la anestesia. Dormía plácidamente, lo cual
agradecí por partida doble. Podía volver a mi fugaz retiro contemplativo.
Era ya de noche, pero la magia se mantenía. Las luces de las
farolas, en otras circunstancias insuficientes, proveían al entorno de un
ambiente íntimo. Ya no lo dudaba. Acababa de encontrar dentro de la ciudad un
trozo de paraíso. A partir de este día se convirtió para mí en EL PASEO MÁS BONITO DE ZARAGOZA.
Sencillamente prodigioso. El retorno, tan esperado, ha superado toda expectativa. Definitivamente quedo enganchado a este blog. Y le animo, querido paseante a que los posts fluyan suaves, perennes, ricos y poéticos, como las aguas de este Canal que le da nombre a la bitácora.
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