sábado, 30 de noviembre de 2013

DE REPENTE... EL CANAL

Nunca había reparado especialmente en esta vía de agua zaragocí. Constituía, como para tantos otros de mis paisanos, el límite con tintes fronterizos de la ciudad paseable. Lo más lejano que podía visitarse a pie era el santuario de san Antonio de Padua, donde se yergue la neorrománica “torre de los italianos”, donde atan las rosquillas con juncos el trece de junio, donde algunas mozas siguen rogando para que el santo haga el oficio de un Cupido cualquiera.
Canal Imperial desde el puente de San Juan de Dios
Al otro lado un barrio cuasi periférico, incluso conocíamos a alguien que fue a recalar por allí, “tan lejos”, al barrio del Cementerio, de la Cárcel y del antiguo campo de fútbol. Pasábamos fugaz y ocasionalmente, de año en año, para cumplimentar el reposo de los yayos. Nos resultaba gracioso que el tranvía número 5 llevara el rimbombante destino, no exento de ingenuidad, de “Venecia”, consecuencia de estar junto a un canal.  
Por lo demás, todo contacto se limitaba al conocimiento que teníamos los bachilleres goyescos de la existencia de “mejillones” atrapados entre sus lodos.
Todo cambió el día (y la noche) que tuve que cuidar de una hernia –a su portador, se entiende–. El destino quiso que la intervención fuera en la clínica san Juan de Dios, paseo Colón. Allí estaba yo despidiendo al día, asomado en el torreón cilíndrico –el del chapitel blanquiazul, homenaje marinero o zaragocista, quién sabe–. En ese preciso momento, fue el flechazo.
Miraba tranquilamente el panorama, y a pesar de la circulación existente –este paseo en aquellos días era de doble sentido, sin carril bici y sin Z-30 por la que aliviar el trasiego– me quedé profundamente abstraído, impactado. Las mansas aguas del Canal fluían sin prisa hacia el puente de América, los últimos rayos de luz se colaban desde mi vera por las hojas palmeadas de los imponentes plataneros, que perfectamente 
torreón de la clínica San Juan de Dios
alineados en dos filas, con el devenir de los años, habían construido una bóveda vegetal sobre la calzada. ¡Y el aroma! Una leve brisa llenaba mis pulmones de aire que se me asemejaba el más impoluto del mundo, un olor con recuerdo a arboleda ribereña... Y para concluir el cuadro, de fondo, la banda sonora a cargo de gorrioncillos y otros artistas invitados.
Salí momentáneamente de este embrujo para ver si mi querido enfermo había vuelto en sí de la anestesia. Dormía plácidamente, lo cual agradecí por partida doble. Podía volver a mi fugaz retiro contemplativo.
Era ya de noche, pero la magia se mantenía. Las luces de las farolas, en otras circunstancias insuficientes, proveían al entorno de un ambiente íntimo. Ya no lo dudaba. Acababa de encontrar dentro de la ciudad un trozo de paraíso. A partir de este día se convirtió para mí en EL PASEO MÁS BONITO DE ZARAGOZA.
 PD: la prueba de que esta relación iba a ser sólida la encontré un tiempo después en otro acontecimiento personal e intransferible, y de manera definitiva cuando desde hace décadas parte de mi vida transcurre a orillas de “El Canal Imperial de Aragón”. Para sellar esta unión, me he convertido gustosamente en su paseante.

1 comentario:

  1. Sencillamente prodigioso. El retorno, tan esperado, ha superado toda expectativa. Definitivamente quedo enganchado a este blog. Y le animo, querido paseante a que los posts fluyan suaves, perennes, ricos y poéticos, como las aguas de este Canal que le da nombre a la bitácora.

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